El lenguaje como jaula

¿Alguna vez te has detenido a pensar cómo hablamos de los demás animales?

El presente texto es una invitación a reflexionar cómo el lenguaje humano puede ser también una herramienta de opresión, a través de insultos y de eufemismos en torno a los animales no humanos.

El lenguaje no es inocente, es también un acto político. Es mucho más que una herramienta para comunicarnos: es el medio con el que pensamos, tejemos lazos y transmitimos saberes. No es neutro. Posee valores y puede liberar u oprimir.
Basta comparar dos expresiones para verlo: decir jamón oculta la violencia, mientras que decir pierna de un animal la exhibe. Cada palabra moldea la conciencia individual y colectiva, crea cultura y establece tradiciones.

¿Qué es el lenguaje especista?

El lenguaje especista es el conjunto de palabras y expresiones que refuerzan la falsa idea de superioridad humana sobre las demás especies.

Para Joan Dunayer, activista por los derechos de los animales no humanos, el lenguaje especista además de reflejar las estructuras de poder, es la mentira que necesita la noción de “superioridad humana” para justificar la violencia sistemática contra otros animales. Este lenguaje propaga falsedades que despojan a los demás animales de pensamiento y emoción, y con ello, les niega su libertad y su vida.

Las mentiras que sustentan el especismo no sólo insensibilizan: también nos dañan a todos. Cuando usamos palabras como “insecto” o “burro” para despreciar a una persona, extendemos ese desprecio hacia los animales humanos y no humanos por igual.

La filósofa Carol J. Adams, en La política sexual de la carne, explica mediante el concepto de referente ausente cómo el lenguaje opresor borra al oprimido. En el caso de los animales, los borra como individuos y los reduce a carne: objetos sin vida, sin mente, sin historia.

Ejemplos cotidianos de lenguaje especista

El lenguaje especista se transmite y normaliza en lo cotidiano: en refranes heredados, insultos, publicidades, titulares y hábitos de habla promovidos por la industria.

Insultos y frases comunes

  • Mala leche: alguien que tiene mala intención manifiesta en su accionar, que desea hacer daño. También se usa para decir “mala suerte”
  • Chancho: persona sucia. También se usa para referirse a inspectores o policías.
  • Salame: forma “cariñosa” de decirle tonto a alguien.
  • Sapo/a: persona fisgona, metiche.
  • Trucho/a:  algo sospechoso, fraudulento, de dudosa procedencia.
  • Mosquita muerta: alguien que pretende inocencia, pero no lo es.
  • Peor es mascar lauchas: cuando una situación no es buena, pero podría ser peor.
  • Tener cerebro de pollo o de pájaro: persona que no es inteligente.
  • Buchón: persona que habla de más o no confiable.
  • Gallina: alguien que es cobarde.
  • Frases como: “matar dos pájaros de un tiro”, “necia como una mula”, entre otras.

Estas expresiones no sólo asignan características negativas injustas a los animales, sino que se cruzan otras formas de opresión. Especismo, racismo y sexismo se entrelazan cuando usamos animales para insultar a ciertos grupos humanos: “mono”, “perra”, “cerdo”, “zorra”.

Vocabulario industrial

Muchas expresiones comunes en los medios de comunicación  o en el supermercado son resultado directo del lenguaje de la industria ganadera, diseñado para disfrazar la violencia con eufemismos. Decimos:

  • Carne, en lugar de cadáver o cuerpo de un animal.
  • Huevo, en lugar de óvulo de gallinas (u otra ave).
  • Cuero, en lugar de piel de un animal.
  • Animales de granja, en lugar de animales explotados en granjas o por la industria ganadera.
  • Sacrificio, en lugar de matanza injusta.
  • Producto animal, en lugar de subproducto de explotación animal.

¿Por qué importa el lenguaje?

El lenguaje además de comunicar lo que pensamos, también modela lo que pensamos y cómo actuamos. Mediante el lenguaje especista se refuerza una visión jerárquica del mundo, donde los humanos ocupan la cúspide y los demás animales quedan relegados al margen, como recursos o mercancías.

Dejar atrás el lenguaje especista es un acto de resistencia contra la normalización de la violencia. Al cambiar cómo hablamos, cambiamos cómo percibimos, sentimos y actuamos.

Afectamos con nuestro lenguaje a quienes discriminamos y también a nosotras mismas, limitando nuestra capacidad de empatizar, de comprender el mundo con más profundidad, de ser más compasivas, justas y libres. Liberarnos del lenguaje especista es también un acto de amor propio.

Liberar el lenguaje, liberar el mundo

Cambiar las palabras no es suficiente, pero sí es un primer paso necesario. Las palabras que usamos pueden borrar a alguien, cosificarlo o cargarlo de desprecio. Pero también pueden nombrar con verdad, con justicia, con sensibilidad.

Te invitamos a preguntarte: ¿Qué palabras especistas usabas sin darte cuenta? ¿Qué expresiones conoces, que refuerzan el desprecio hacia otros animales? ¿A quién se está borrando?

No se trata únicamente de cambiar palabras, sino de cambiar el mundo que esas palabras han ayudado a construir.
Podemos liberar nuestro lenguaje, abrir la mente y transformar la forma de relacionarnos con los demás animales. En Desafío 22 te acompañamos a dar ese paso.

Referencias:

Joan Dunayer (2001), Animal Equality: Language and Liberation.

Carol J. Adams (1990), La política sexual de la carne.